Capítulo 5
Es una inmensa alegría volver a descubrir las maravillas que ofrecen las grandes normas de la cocina francesa.
Es innegable que los descubrimientos son muy emocionantes. Los gastrónomos y los críticos del mundo entero se desviven buscando creaciones novedosas, ingredientes exóticos, transformaciones moleculares, o cualquier otra tendencia en boga que aparece en los teatros que antaño se llamaban restaurantes. Pero ¿qué ocurre si el “descubrimiento” no está al último grito de la moda, si no se compone de hierbas silvestres cosechadas en los bosques de Noruega, o si para su fabricación no hace falta un acelerador de partículas? ¿Qué ocurre si ya estaba allí y que simplemente había caído en el olvido en la frenética carrera de buscar cosas nuevas? En resumen, ¿el redescubrimiento de los grandes clásicos, preparados con amor, perfeccionados al máximo, no suscitaría la misma emoción, o un sentimiento más fuerte aún? La respuesta a esa pregunta es un “sí” categórico, incluso reforzado por una visita reciente al restaurante parisino de Michel Rostang, en la calle Rennequin, que reafirmó totalmente el puro placer y la alegría que desde siempre son los pilares tradicionales de la cocina francesa con el ritual tranquilizador de la presentación en torno a la mesa.
En realidad, no estamos solos en este viaje de redescubrimiento de la cocina francesa clásica. Para aquellos que están dispuestos a considerar la evolución de la gastronomía como una progresión constante a lo largo de una trayectoria cada vez más audaz, se ha vuelto más patente que la reciente evolución de la cocina parece enrollarse sobre sí misma como una cinta de Möbius. Nada menos que la afamada revista de moda New Yorker publicó un artículo de fondo dedicado a la reconstitución de tres referentes venerados de la cocina clásica francesa a partir de recetas elaboradas por Escoffier que son como el Evangelio –una chartreuse, un coulibiac de salmón y un pato prensado. Los resultados no sólo fueron revelaciones en sí, sino que su preparación sorprendentemente difícil resultó toda una aventura. ¡Sorpresa! Lejos de parecer anticuadas, las enseñanzas de Escoffier parecían frescas, audaces, innovadoras, e incluso términos en boga en un mundo invadido por la cocina molecular.
Para Michel Rostang no se trata de ningún nuevo descubrimiento ni de ninguna nueva invención, pues él jamás se apartó de la mayoría de las normas clásicas.
Es jefe de cocina del restaurante que lleva su nombre desde 1970, es decir 43 años sin interrupción. Durante todo ese tiempo, se mantuvo absolutamente fiel a los grandes clásicos, lo que fue recompensado con dos estrellas Michelin.
Sus raíces son profundas, ya que hay una línea continua de grandes chefs en su familia. Michel representa la quinta generación (y la tercera generación que ha obtenido las prestigiosas distinciones de la Guía Michelin). La esposa de Rostang, Marie-Claude, que actúa como anfi triona, también es descendiente de una familia de chefs. Sumándose a ella para dar la bienvenida a los clientes, están sus hijas, Sophie y Caroline, que representan la sexta generación.
Al igual que muchos grandes chefs, Michel Rostang comenzó su formación muy pronto, a los 16 años, en la época en que la Nouvelle Cuisine empezaba a estar en el candelero. Sin embargo, el aprendizaje de Michel tomó otra dirección. Una etapa importante transcurrió en las cocinas de Lasserre y de Lucas Carton, en París, y en La Marée, en Biarritz, establecimientos que eran templos de gran tradición. Con la sensibilidad y la inspiración que heredó de su padre Jo, Michel Rostang se distingue por su profundo respeto y su devoción hacia los principios fundamentales de la gran cocina francesa: la concepción unifi cada de un plato, salsas a base de reducciones y, a diferencia de los modernistas de hoy, la ausencia absoluta del miedo de emplear mantequilla y nata. Aparte de estos axiomas que lo guían en la cocina, está su fi delidad a los célebres y, por desgracia, casi olvidados, rituales en torno a la mesa: la presentación, el corte y el servicio. La pasión de Michel Rostang por la tradición es tan profunda que colecciona con avidez los libros de cocina del siglo XVIII, descubiertos en los rincones olvidados del Marché aux Puces, el mercadillo famoso de París. Eso no quiere decir que Michel Rostang sólo mire hacia el pasado o sea presa del pasado; su evolución es evidente, por lo que ha modifi cado con el tiempo su forma de abordar las recetas.
Como con la cinta de Möbius donde la búsqueda de fronteras nos trae de vuelta al punto de origen, lo que cabe preguntarse es ¿en qué otros lugares puede el gourmet disfrutar platos preparados respetando fi elmente los principios básicos de la cocina francesa tradicional, y que se presentan con arte y elegancia a los comensales? Mientras que los modernistas se esfuerzan por diferenciarse de los demás con creaciones cada vez más atrevidas, Michel Rostang, gracias a su constancia, ha logrado lo que otros anhelan con desesperación, la singularidad, ya que es prácticamente
el único en París, por no decir en el mundo, que ofrece una gama tan amplia de delicias gastronómicas inspiradas por la tradición.
La devoción de Michel Rostang a los grandes rituales de la cocina francesa lleva a la creación en 2012 de un nuevo foro. Así fue en efecto, con ocasión del centenario de los “Dîners d’Épicure” fundados por Escoffier en 1912 en París. El tema para esa cena especial era “de la cocina al comedor, el gesto y la palabra”. Por primera vez, dicha cena excepcional fue preparada por cuatro chefs que trabajaban juntos: Michel Rostang, Michel Troisgros, Pierre Herm y Jean-Pierre Biffi . La velada, que se organizó en el restaurante de Michel Rostang, suscitó una lucha frenética entre los gourmets para conseguir uno de los codiciados lugares en el comedor. Cada uno de los chefs tuvo que preparar uno de los platos de la comida. Michel Rostang presentó su canard au sang, que concordaba perfectamente con el tema mencionado, pues es un plato que exige precisión en la cocina, un corte hábil y la preparación de la salsa en el comedor, con las explicaciones pertinentes a medida que se desarrolla el ritual del servicio en la mesa.
Una reciente visita a la calle Rennequin confirmó categóricamente todo lo bueno de este mundo aparentemente olvidado. A diferencia de muchos de los restaurantes que siguen las tendencias de la moda no sólo en el plato sino también en la decoración, Michel Rostang se adhiere con confianza a valores corroborados por el tiempo. Nomás pasar la puerta, las paredes recubiertas de madera de matices acogedores procuran un sentimiento de tranquilidad, suavizado aún más por los tapices, las obras de arte y una majestuosa vitrina llena de muñecas de porcelana. La disposición de las mesas es un lujo, pues cada una de ellas está situada a una distancia agradable de las demás.
La tradicional coupe de champagne viene acompañada de un pequeño batallón de aperitivos: bocadillos en miniatura rellenos de una sabrosa mousse de sardinas, magdalenas con jamón, una tostada con un disco de langosta coronado por sólo un toque de pimentón picante y, finalmente, una clásica e intensa mousse de pichón sobre una masa de sablé crocante. Estos complementos perfectos del champán también facilitan la lectura de una de las mejores cartas de vinos de París. Rica y variada, la selección es especialmente impresionante por el rigor y la elección inteligente de abundantes vinos de Borgoña. Esta es obra del sumiller Alain Ronzatti, que se encarga de la bodega desde 1987. Este último, no sólo posee un saber enciclopédico sobre su contenido, sino que se deleita cuando los nombra.
Los Ravioles de Romans cuites au bouillon de volaille, cerfeuil frais que figuran siempre en el repertorio, evocan intensos recuerdos de nuestra primera visita en el restaurante de Michel Rostang, a principios del decenio de 1980. Ravioles en miniatura, tan ligeros y etéreos, rellenos con una mousse de queso perfumada por el perifollo, flotan en un caldo de pollo y de perifollo doblemente intenso. Sedoso y liviano, este plato es el preludio perfecto para los que vienen a continuación.
Los mariscos son una especialidad de la casa y su preparación imponente no tiene igual en París, y probablemente en el mundo. La Salade de homard “bleu” cuit au moment servientier, jeunes poireaux en vinaigrette, crémeux de homard et jus de la presse à la betterave es un excelente ejemplo.
Seguramente los apasionados de la gastronomía cuestionan en estos momentos la veracidad de esta afirmación algo audaz. Sin embargo, será fácil disipar esas dudas mediante una descripción adicional. Un carrito con ruedas provisto de una tabla para cortar, donde está apoyado un bogavante de la Bretaña, entero, con caparazón, se acerca a la mesa y se convierte en el teatro de la acción. Michel Rostang es un ferviente defensor del ritual de la presentación en el comedor y este plato de bogavante es la prueba elocuente de su elegancia y del enorme talento y el estilo necesarios para realizar esta comida. Sin vacilar en lo más mínimo, el maître d’hôtel Bruno Grimault se deshace fácilmente del caparazón para extraer intacto cada trozo de bogavante tibio. ¿En qué otro restaurante se presenta bogavante entero y se “trincha” en la mesa? Pero la representación teatral no acaba en ese momento. Una vez extraída del caparazón, la carne cocida hasta volverse translúcida se incorpora a la ensalada y se reparte en los doce compartimentos de un plato grande, que contienen los otros elementos de la ensalada: puerros, un puré de remolacha, la salsa de bogavante. En esta ensalada, la combinación inesperada es la de los trozos de bogavante con el puré de remolacha. Sin ser empalagosa, la remolacha aporta un delicado sabor que amplifica la dulzura natural del bogavante. Desde todo punto de vista, una cocina precisa, un modo de presentación único y su combinación de ingredientes hacen que este plato majestuoso por sí solo sea digno de una peregrinación a París.
El Araignée de mer relevée de gingembre, crémeux de courgettes en impression de caviar osciètre es una muestra más de su talento para preparar los mariscos. En manos menos capaces, la mayoría de las veces los platos de centolla son una decepción. Su carne es muy delicada y su sabor puede quedar fácilmente relegado a un segundo plano por los acompañamientos. La centolla exige moderación y refinamiento, dos cualidades que encarna precisamente Michel Rostang. El calabacín reviste la forma de una mousse suave que envuelve la centolla como un canelón. No es un simple canelón de verdura, ya que está decorado con pequeños círculos de caviar.
Otra especialidad podría provocar una estampida para tomar el próximo vuelo a destinación de ParísCharles-de-Gaulle, el Sandwich tiède à la truff e fraîche, pain de campagne grillé et beurre salé. Imagínese simplemente un bocadillo de queso a la parrilla con una modifi cación esencial: adiós al queso y demos la bienvenida a las trufas. Este plato es lo máximo de la comida reconfortante, pues es un alimento lujoso pero sencillo, de sabor intenso y pecaminosamente tentador. Michel Rostang ha ideado un truco para armar lo que de otro modo podría parecer un plato extremadamente simple. Perfuma la mantequilla y el pan con las trufas durante tres días antes de asar y de servir el bocadillo, de manera que el pan tostado y la mantequilla no sirven únicamente de marco para las trufas, sino que contribuyen a la creación de este sabor y aromas embriagadores.
Un referente casi olvidado de la gran cocina francesa todavía sigue reinando de forma absoluta en la calle Rennequin, la Quenelle de brochet soufflée à la crème de homard. El primer bocado provoca inevitablemente un estremecimiento de añoranza por los decenios durante los cuales el mundo gastronómico decidió prohibir las clásicas quenelles (croquetas de carne o de pescado) en los menús. El contenido graso de este plato es alto, incluso hasta provocativo. Sin embargo, ¿acaso no vamos a los grandes restaurantes para huir de la vida cotidiana y deleitar nuestros sentidos? De alguna manera, la idea de que toda comida, incluso las que se sirven en las ocasiones especiales, debe aproximarse a los principios dietéticos aplicados en un centro balneario, ha llegado a monopolizar la forma de pensar de los propietarios de establecimientos y de los chefs. Estas quenelles, que en realidad adoptan la forma de una sola gran quenelle soufflée, acompañada de una salsa de bogavante de intenso sabor, untuosa y muy aromática, claramente mejorada por la cocción con el caparazón, descartan definitivamente todas las veleidades de cocina políticamente correcta que podrían ocurrírsenos. Con este plato no hace falta descifrar, ni tampoco pensar, porque cada bocado provoca oleadas de placer.
Más ligero y más habitual según las convenciones actuales, es el Tronçon de turbot rôti, jeunes carottes et morilles fraîches, coques d’oignons glacés et jus des arêtes au vin de syrah. Simplemente asado, el rodaballo fresco y chispeante descansa al lado de una “barca” de guisantes frescos que sostiene las zanahorias, las cebollas y los champiñones.
El arte y el entusiasmo de Bruno Grimault resultan obvios cuando aparece la Canette “Miéral” au sang, servie saignante en deux services, sauce au vin rouge liée de son sang et au foie gras, salade de cuisses en fricassée, el plato que mereció a Michel Rostang un reconocimiento en el mundo entero. Son pocos los restaurantes que han conservado el saber hacer necesario para la cocción y el trinchado en el comedor de un pato asado entero. Por eso, la precisión milimétrica de la cocción, que raya la perfección, y el método impecable de Bruno Grimault para trinchar el ave reluciente de color caoba, son más que admirables. Claro que el trinchado en la mesa no es sino el primer acto de una obra en dos actos, pues luego sigue la preparación de la salsa. El éxito de esta segunda parte depende de un aparato que es casi imposible de encontrar hoy en día: la prensa de plata para triturar patos. Para la preparación de la salsa, en primer lugar se coloca la carcasa del pato en la imponente prensa y se tritura para obtener el precioso jugo. Trabajando rápidamente, el jugo se incorpora a la base de salsa y se reduce a fuego fuerte. El resultado es una salsa espesa, oscura, picante y muy concentrada.
Hubo un cambio en la presentación en los últimos años. Antes, las pechugas de pato poco hechas se cortaban en fi nísimas tajadas, empezando de adelante hacia atrás, y se colocaban en el plato de manera bastante parecida a un carpaccio. Para añadir más textura a cada bocado, Michel Rostang ahora presenta las pechugas en tajadas algo más gruesas, cortadas desde el exterior hacia el interior. Habiendo disfrutado las dos alternativas a través de los años, puedo decir que las dos son totalmente equivalentes. Con ambos métodos, el pato es etéreo, tierno, con ese toque crujiente que Michel Rostang quería obtener modificando la manera de trincharlo, y está cubierto de una deliciosa
salsa espesa de intenso sabor. No es sin razón que Escoffier explicaba en detalle la preparación de un pato prensado, sin olvidar la prensa de plata, ya que sin su aportación a la salsa, se perdería todo el esplendor de la receta. De ahí que, su inclusión en el centenario de las cenas de Escoffier era a la vez evidente y obligatoria pues este plato, con la destreza de Michel Rostang, representa uno de los pilares fundamentales de la gran cocina francesa. Y para recalcar el mensaje y asegurar al comensal que no está comiendo en un spa, sino que celebra una verdadera fiesta, junto con el pato llega un pecaminoso gratinado de patata.
La Noix de ris de veau croustillante aux écrevisses, fanes de navets farcies d'une crème de persil et champignons de Paris es impresionante. Para sus mollejas, Michel Rostang no se aparta del clasicismo. Este plato brinda invariablemente la prueba del dominio de las técnicas culinarias. Si se prepara correctamente, lo cual por desgracia no ocurre con frecuencia, tiene que ofrecer un misterioso contraste de textura crujiente por fuera y delicadamente mantecosa por dentro. Michel Rostang logra perfectamente ese resultado y el acompañamiento con salsa de cangrejos de río es a la vez tradicional y extraordinario.
El Soufflé chaud au caramel beurre salé, sorbet aux “poires Williams” está indefectiblemente presente en el menú de Michel Rostang. Aunque la descripción parece evocar un terreno conocido, el chef aporta unos cuantos toques personales. La base de caramelo salado adquiere más consistencia e intensidad mediante la adición de avellanas. El sorbete de pera, que sirve de acompañamiento, nos reserva otras sorpresas con la pimienta de Sichuan que le da un toque exótico y picante. Si somos amantes de las salsas de caramelo salado, este postre nos pide una porción del tamaño de una jarra.
Desde hace tres decenios, la calle Rennequin es uno de mis destinos parisinos predilectos. Es reconfortante comprobar que Michel Rostang sigue respetando los mismos valores que lo hicieron famoso a principios de su carrera. Para aquellos que se deleitan con las exquisiteces de la gran cocina francesa, como para aquellos que, buscando la modernidad, la dejaron de lado y quieren recuperar el tiempo perdido, el oasis parisino de la calle Rennequin tiene un poder de atracción irresistible.