Capítulo 3
Cuando el arrecife coralino renace de sus cenizas.
Abril de 2007. El volcán del Piton de la Fournaise, en la isla Reunión, entra en erupción. Una erupción excepcional, la más importante de los últimos treinta años. Los ríos de lava llegan hasta el océano y destruyen todo a su paso, tanto en la tierra como en los fondos marinos.
Febrero de 2017. Diez años después, nuestro barco acaba de detenerse delante de los acantilados de basalto –los restos solidificados de las emanaciones de lava del 2007–, testigos silenciosos de aquel cataclismo. ¿Qué descubriremos al bucear aquí?
¿Qué vamos a ver, al pie de esta costa en la que se vertieron 130 millones de metros cúbicos de lava? Los flujos incandescentes bajaron a más de 800 metros de profundidad. Todo quedó devastado: los corales y la vida en las rocas. Los peces que se encontraban cerca quedaron literalmente escaldados y se les encontró de color escarlata flotando en la superficie en muchas millas a la redonda.
Aquel día la Isla Reunión creció. Francia puede hacer alarde de haber ganado sin esfuerzo 45 hectáreas de territorio suplementario, de tierras vírgenes en las que los primeros musgos y líquenes aún tardarían dos años en instalarse. Al cabo de ocho, los helechos empezaron a conquistar las tierras, y después de doce se instalaron algunos jóvenes arbustos. Se necesitarán tres siglos más para que un bosque tome posesión de este lugar y cuatro más para que dicho bosque, denominado “primario”, borre toda huella visible de este pasado catastrófico. Una sucesión vegetal que probablemente no se dará aquí, ya que al menos desde 1640 (año de los primeros testimonios), las erupciones son demasiado frecuentes: una vez al año como mínimo se producen pequeñas coladas y cada diez a treinta años estallan erupciones volcánicas más importantes, constructoras de tierras pero destructoras de vida.
¿Y debajo de la superficie? ¿Cómo recuperará la vida el mundo submarino? ¿Lo hará del mismo modo cerca de la superficie que a gran profundidad, allí donde ningún buzo ha bajado hasta el día de hoy? Ha llegado el momento de comprobarlo, de ir a verlo con nuestros propios ojos e ilustrar la realidad de la mejor manera posible. Debemos aprovechar que tenemos previsiones meteorológicas favorables, que el mar está manso y las olas bastante moderadas, si bien no podemos olvidar que estamos en época de ciclones y que las cartas meteorológicas muestran depresiones en formación un poco más al este, en el corazón del océano Índico. Tendremos que organizar inmersiones profundas, una por día y durante el mayor tiempo posible, para los próximos diez días, pues cuando la tormenta golpee la costa y enturbie las aguas tendremos que dar por finalizada nuestra misión.
Por el momento el agua está cristalina, el sol está alto en el cielo y cuando detengo mi bajada a unos 100 metros de profundidad la visibilidad me fascina. El paisaje submarino es algo angustioso, digamos postapocalíptico: la roca y la arena son negras, hay un caos mineral que de lejos parece un desierto, como si la corriente de lava se hubiera producido ayer, y no hace diez años. Distingo claramente zonas de talud detrítico y zonas más masivas, como interminables serpientes negras, que se sumergen desde la superficie y continúan su carrera hacia los abismos inaccesibles. También he notado la maraña de “cojines de lava”, esas formas más o menos esféricas pegadas las unas a las otras que se forman cuando una colada menos masiva se enfría en bola y luego se perfora, dando vida a una nueva bola de lava que a su vez se solidifica, se perfora con una nueva burbuja y así sucesivamente
Vamos llegando al fondo. Nos encontramos a –120 metros. De cerca, constatamos que la roca volcánica no es estéril como pensábamos. Las algas calcáreas han empezado su “obra de albañilería”. Los bloques volcánicos están cada vez más soldados los unos a los otros gracias a este cemento vegetal. Una especie de mortero rojizo y foliáceo, como las flores en piedra de los cementerios, anima la roca volcánica augurando un futuro: sin lugar a dudas se trata de la primera etapa de una recolonización perdurable por parte de organismos vivientes. En efecto, las algas calcáreas van a estabilizar el fondo y hacerlo accesible a larvas de invertebrados fijos que necesitan una base sólida y perenne. Aparecen por allí pequeñas gorgonias y esponjas. Al mirar de cerca me doy cuenta de que las cavidades se han empezado a habitar. Allí se alojan los crustáceos y se refugian los peces, encontramos especies de aguas profundas como peces tres colas, señoritas de mar y otras que jamás habíamos observado vivas. Recuerdo con emoción cuando encontré algunas en mi primera misión Gombessa, en las grutas profundas del famoso celacanto, en Sudáfrica.
Entre los espolones negros de basalto, manchados con algas calcáreas rojas, se extienden vastas y oscuras llanuras de arena negra fuertemente inclinadas hacia los abismos. Nunca he visto un fondo blando con una cuesta tan empinada. La arena alcanza a veces una pendiente de 45 grados. Cuando nos acercamos, el substrato negro cobra un aspecto distinto. Está compuesto por cristales de olivino; sus inconfundibles y auténticos destellos de vidrio oscilan entre el oro y el esmeralda. Unas extrañas, pequeñas, pero notables criaturas recorren este desierto en bajada oblicua. El alón oriental juega con el mimetismo, se camufla, y luego se muestra claramente desplegando sus amplias y coloridas aletas pectorales, como un cometa incandescente en la arena negra. Se unen los resplandecientes y llamativos gobios de fuego, los peces hoja fucsia, los juveniles lábridos, de un amarillo destellante: es una revolución en color para protestar contra la oscuridad de esta decoración del fin del mundo.
Nos acercamos a la superficie. Hacemos unas largas paradas de descompresión entre 5 y 10 metros de profundidad. Aquí, los corales, empeñosos constructores de arrecife, han vuelto a empezar su trabajo de hormiga. Sobre los restos derrumbados de un inmenso túnel de lava, los “animalesplanta” han empezado su obra sin preocuparse de su precario futuro en caso de que una nueva colada volviera a cubrirlo todo. Lento pero obstinado, el ecosistema se pone en marcha. Este pequeño bosque de coral que se despliega ante mis ojos no tiene más de diez años. No obstante, entre sus ramas entrelazadas ya alberga al suave pez terciopelo del coral.
Los siguientes días, nuestras inmersiones profundas parecen viajes al futuro. Al explorar las coladas de lava más antiguas, como la que destrozó una parte de la ciudad de Piton Sainte-Rose en 1977, nos damos cuenta de qué aspecto tendrá la vida dentro de treinta años sobre la colada de 2007. La diferencia es clara. A partir de –80 metros la roca negra volcánica ha desaparecido, encostrada por las algas calcáreas, y el fondo parece menos oscuro. Por supuesto, aún se puede apreciar la forma de las coladas, pero los relieves son menos caóticos, menos acerados. La vida submarina ya ha puesto su pátina orgánica, alisando la roca torturada. Ha sanado sus heridas. Los peces son más numerosos y los delicados corales rosas de tipo Stylaster marcan y dominan el paisaje.
Hacemos otras inmersiones, más profundas aún, hasta –120 metros, en sitios más antiguos, de origen volcánico naturalmente, como toda la isla Reunión, pero procedente de coladas de lava que hoy nadie recuerda, mucho más allá de nuestra memoria colectiva, coladas plurimilenarias quizás. Descubrimos árboles de coral negros de varios metros de altura. A la vuelta de un imponente macizo de corales rosa, una enorme estrella de mar roja y blanca me hace pensar en un viejo camarada. Esta estrella rara y profunda, que aún no se ha descrito y que tampoco tiene nombre científico, es un viejo conocido. Tuve la suerte de fotografiarla una vez, hace muchos años, en la misma profundidad pero en otro océano. Esta es solo una prueba más de que la noción de rareza es muy relativa y es solo el engañoso reflejo de nuestras inaptitudes para explorar los grandes fondos marinos.
Al día siguiente nos alcanza la tormenta tropical. Los vientos y las lluvias no cesan durante prácticamente toda la semana, como si formaran parte de una conspiración entre el cielo y el mar para impedir una nueva inmersión y establecer así el final de la misión. Poco importa, alcanzar una estrella inaccesible es una empresa con un gran futuro. Habrán otras exploraciones.
Aún hoy pienso en aquel volcán que hace diez años quemó el océano. Un hecho insignificante visto desde la perspectiva del tiempo y del universo. Si bien la vida es mortal, siempre vuelve a empezar, mientras que el mineral, supuestamente inmutable, tarde o temprano se altera y se dispersa. La vida está hecha de agua, y como todos sabemos… el agua es más fuerte que el fuego.