Capítulo 7
Una expedición a las tierras donde se refugiaron los amotinados del Bounty
Me encontraba atrapado en una isla, rodeado de miles de millas de mar implacable. No tenía embarcación propia y ningún barco pasaba por ahí. Estaba aislado del mundo, de todo lo que había amado o deseado alguna vez; era como una prisión sin barrotes en la cima de una roca oscura bordeada de un escarpado acantilado. Las olas golpeaban la isla sin cesar, erosionando poco a poco la roca y llenando el aire de un estruendo aterrador. No podía escapar e iba perdiendo la esperanza de regresar a casa. Mi corazón latía como un tambor y mi mente empezaba a sufrir de pánico; entonces… me desperté, empapado en sudor y sentado en la mitad de la cama, envuelto en un silencio absoluto en medio de una noche serena. La luna dibujaba sobre el mar una delicada raya plateada y la brisa acariciaba suavemente las palmeras que alcanzaba a ver desde la ventana. Estaba en una isla, y definitivamente no era una prisión. Estaba allí por mi propia voluntad.
La pesadilla me transportó a 1790, cuando Fletcher Christian y un puñado de amotinados británicos llegaron a la isla Pitcairn en el Pacífico Sur, huyendo de la justicia de Su Majestad después de apoderarse del tristemente célebre HMS Bounty. Los amotinados, junto con un grupo de hombres y mujeres originarios de Tahití, desembarcaron en Pitcairn y se instalaron en esa isla desierta. Rápidamente quemaron la embarcación, la que se hundió en el arrecife poco profundo sin dejar el menor rastro. Para evitar que los detectara algún barco al pasar, con este acto firmaron su sentencia de cadena perpetua. No podían imaginarse que las probabilidades eran sumamente remotas, ya que el navegante europeo que descubrió la isla cometió el error de colocarla a 200 millas de su verdadera posición. Nos cuentan que Christian dedicó muchas horas a evaluar lo que habían hecho, oteando la inmensidad del mar desde una caverna en el arrecife. Posiblemente la pesadilla que tuve esa primera noche en la isla estaba relacionada con el recuerdo de este personaje.
La vivencia de estos famosos amotinados de la historia es el recuerdo más arraigado de Pitcairn. Pero yo me encontraba allí por otra razón, por algo más grande, por una historia mayor. Quería contar una historia diferente de esta parte del mundo. Mi misión era explorar el mundo submarino de Pitcairn y de tres islas cercanas inhabitadas para mostrar un mundo que casi nadie ha visto.
En marzo de 2012 conduje una expedición de la National Geographic Society a las islas Pitcairn, el único territorio ultramarino del Reino Unido en el Pacífico. Llevamos a cabo este proyecto en colaboración con el Grupo Ambientalista Pew, una organización americana para la conservación, con el fin de evaluar las condiciones de los ecosistemas marinos alrededor de las islas.
Las cuatro islas –Pitcairn, Ducie, Henderson y Oeno– constituyen uno de los más remotos archipiélagos del planeta. Pitcairn está habitada por poco más de cincuenta personas, la mayoría de las cuales son descendientes de los amotinados del Bounty. Las tres islas restantes están deshabitadas. No es fácil acceder a Pitcairn. No hay aeropuerto y sólo un barco va hasta allá en un itinerario establecido de cuatro viajes al año. Visitar Pitcairn es retroceder en el tiempo hasta una época en la que el tiempo transcurre más lentamente, donde las cosas adquieren su verdadera perspectiva. Allá se puede llegar a saber lo que es realmente importante.
Desde Tahití tomamos el vuelo semanal hasta Mangareva, un atolón de las islas Gambier, el archipiélago más al sur de la Polinesia Francesa. Allí nos esperaba el Claymore II, un barco con base en Nueva Zelandia. Luego nos tomó una noche completa, un día completo y otra noche entera para llegar a Pitcairn. Durante la travesía, el barco se balanceaba incesantemente sobre olas que por momentos alcanzaban el tamaño de una casa de dos plantas. Eran marejadas altas, que venían desde la Antártica, donde tormentas gigantescas liberan el poder del océano. Estas olas pueden llegar hasta Hawái, bien al norte, donde se convierten en la dicha de los surfistas. En nuestro caso nos hacían sentir muy mal. Ni los estómagos, ni las cabezas querían saber nada de ellas, así que decidimos arrebujarnos e hibernar.
Al amanecer del segundo día, vimos la silueta de Pitcairn dibujarse poco a poco. El cielo enarbolaba un color plomizo, la isla se veía sombría e imponente como la imagen de una fortaleza impenetrable. A medida que nos acercábamos, el negro se iba transformando en verde y el marrón adquiría tonos rojizos. Grandes trozos de la isla se habían hundido en el mar. Más tarde, los habitantes de Pitcairn nos contaron que el mes anterior habían visto las lluvias más fuertes de los últimos decenios. En un solo día, del cielo cayó la misma precipitación de agua que la cantidad que cayó durante todo el año anterior. Era demasiada agua para que la isla pudiera absorberla, de manera que bloques enteros de roca y toneladas de preciosa tierra rodaron hasta el mar. Por esta razón, Pitcairn estaba rodeada de un halo de agua parduzca donde la visibilidad era inferior a un metro. Cualquier trabajo científico y de fotografía era imposible en esas condiciones. Por añadidura, las olas seguían estrellándose contra las rocas alrededor de la isla y el buceo en las aguas poco profundas acarreaba considerables peligros. Desesperado, me preguntaba: “¿Qué vamos a hacer ahora?” Habíamos hecho un viaje tan largo para darnos cuenta de que no podíamos llevar a cabo nuestra misión. Durante un momento, me sentí descorazonado y vencido por la naturaleza.
Con el fin de sacarle el mejor partido a la travesía, decidimos ir primero al atolón Ducie, la isla más remota del archipiélago; luego a la isla Henderson y por último regresar a Pitcairn, confiando en que, dos semanas después, la lluvia y el mal tiempo habrían pasado y sería posible bucear. Sinembargo, ya que teníamos un día libre antes de partir, decidimos bucear por debajo de las aguas turbulentas. El agua dulce y el agua de mar no se mezclan fácilmente, ya que el agua dulce es menos densa. Eso significa que el agua dulce y el sedimento revuelto se quedan en la superficie, lo que nos daba la posibilidad de encontrar aguas más claras lejos de la orilla y a mayor profundidad. Sacamos los zodiac y nos alejamos un kilómetro de la orilla, más o menos. La línea que dividía el agua marrón de la isla y el agua limpia del océano era clara y precisa. No había una transición entre el marrón y el azul. Aquí estaba el marrón y un centímetro más allá estaba el azul. Nos movimos hacia el azul y saltamos al agua; ésta fue nuestra primera sorpresa.
Al flotar en la superficie veíamos claramente el fondo, a 30 metros de profundidad. Estaba cubierto de un sano arrecife de coral. Bajamos hacia el azul claro como si estuviéramos cayendo del cielo. La visibilidad del agua era increíble comparada con lo que acabábamos de ver cerca a la orilla. Una vez en el fondo, vimos que el coral viviente cubría más de un cuarto del suelo marino a 30 metros de profundidad. Seguimos buceando hacia mayores profundidades y el arrecife de coral parecía extenderse hasta, por lo menos, 45 metros de profundidad. Había abundancia de peces y curiosos corcovados negros daban vueltas en círculo a nuestro alrededor, a gran velocidad. Por todas partes había bancos de nanwe, nombre que le dan al bagre en Pitcairn, picoteando los mantos de algas y nadando en grupo hacia su destino siguiente. Es inusual que el arrecife de coral crezca a tanta profundidad y la explicación más factible es la extremada claridad del agua.
Nuevamente, el mar nos brinda una enseñanza. El éxito consiste en ver los obstáculos como oportunidades para superarlos. Pasar sobre el agua turbia nos llevó a descubrir un nuevo arrecife, el que nunca hubiéramos encontrado si en ese momento hubiéramos podido bucear más cerca de la orilla.
Nos tomó un día y medio más llegar a Ducie. El tiempo mejoró y tuvimos días en que el cielo azul soleado contrastaba maravillosamente con el mar azul oscuro. Ducie es la cima de un antiguo volcán que emerge del suelo marino desde hace ocho millones de años, una era en que la especie humana y los chimpancés estaban apenas separados por un eslabón común. Sin embargo, los humanos evolucionados no llegaron a Ducie hasta 1606. Aún contando con una embarcación y un día calmado, no es fácil reconocer el atolón. Desde algunas millas de distancia, Ducie es tan sólo una fina espesura en el horizonte. Su mayor elevación no llega a los 5 metros, por lo que no es de extrañar que haya tomado tanto tiempo encontrarlo.
La pureza del agua en Ducie logró alcanzar niveles admirables en la hipérbole. Nunca había visto un agua tan clara ni de un azul tan puro. ¡Podíamos vernos unos a otros a 75 metros de distancia! Nunca antes había visto un lugar para bucear como este. Alguna vez pensé cómo reaccionarían nuestras mentes si, de un momento a otro, los humanos pudiéramos volar sin necesidad de aviones. ¿Podríamos sobreponernos a la sensación de vértigo? ¿Nuestros cuerpos de base terrestre tratarían de aferrarse a superfi cies sólidas? En Ducie, no tuve que pensarlo más, sentí que realmente estaba volando. Sólo el regulador que llevaba en la boca me recordaba que estaba rodeado de agua.
Y entonces volamos, descendiendo de los zodiac, que vistos desde abajo parecían naves espaciales inmóviles suspendidas en el espacio. Al bucear en Ducie entramos al paraíso. Hasta donde podíamos ver se extendía un paisaje de suaves colinas, un prístino arrecife de coral, con pálidos corales azules que parecían gigantescas rosas cubriendo el fondo. La mente humana no tiene capacidad para soñar con algo semejante. Este era un sueño evolutivo, producto de millones de años de ensayos biológicos descartando por prueba y error. Esta pureza era también consecuencia del aislamiento. Lejos de la mano del hombre, la naturaleza es más espectacular.
Buceábamos con respiradores de circuito cerrado, un tipo de dispositivo de buceo que recicla el oxígeno expirado, lo cual nos permite permanecer hasta cuatro horas bajo el agua sin necesidad de subir a la superficie. Y mejor aún, no se producen burbujas, lo cual nos permite acercarnos más a la vida marina. Puesto que Ducie es tan remoto y jamás había sido frecuentado por los humanos, es posible que muchos de los peces, incluyendo los tiburones, nunca hayan visto un ser humano anteriormente. Curiosos por naturaleza, los tiburones están entre los primeros depredadores que vienen de la nada para observarnos cuando buceamos en un arrecife prístino.
Apenas nos recuperamos de la alucinación del arrecife azul pálido nos damos cuenta de que estamos rodeados de miles de nanwe. Los nanwe comen algas y supuestamente deben nadar cerca del fondo. Pero los nanwe en Ducie posiblemente no lo saben y suben como dardos hasta la superficie para luego lanzarse nuevamente hacia el fondo, como si estuvieran montados en una montaña rusa. Entre los nanwe vimos a los primeros tiburones, eran tiburones de arrecife gris. Al nadar hacia nosotros se abrían espacio en las nubes de nanwe, sin el estrés que provocaría la presencia del más temible depredador, sino de manera suave y cadenciosa, como si supieran que los tiburones estaban más interesados en reparar en nosotros que en comérselos a ellos.
Científicos que habían visitado Ducie anteriormente reportaron la presencia de “tiburones agresivos”, pero nosotros no vimos nada de eso. Yo podría contar historias espeluznantes de encuentros con tiburones que difícilmente alguien pudiera igualar. Y a decir verdad, los tiburones que encontramos en Ducie están entre los más dóciles que me he topado en mi vida. Eran muy curiosos, y aparecieron en casi todos los descensos, algunas veces se acercaron tanto que llegaron a chocar contra las cúpulas de las cámaras, pero nunca nos sentimos amenazados. Los tiburones son los más temibles depredadores y saben que el secreto de una larga vida es no ser descuidado. Mientras los tiburones jóvenes actúan como adolescentes, alzados y ridículamente juguetones, los tiburones mayores son cautelosos y se acercan a los buzos lentamente. Dan vueltas en círculo permanentemente, dibujando una espiral infinita de afuera hacia adentro, como si nunca fuera a alcanzar el centro. Los movimientos bruscos los asustan, por lo tanto el secreto para experimentar de cerca la belleza de los tiburones es actuar con mucha calma.
Pasamos cinco días inolvidables en Ducie, buceando, midiendo y filmando. Nuestros estudios revelaron que, en promedio, más de la mitad del arrecife presenta corales sanos. En algunos lugares, al igual que los arrecifes azules pálidos de ensueño, los corales cubrían todo el fondo. Esto es algo extraordinario en nuestro mundo actual. En el Caribe, por ejemplo, es difícil encontrar un arrecife donde más del 5% del fondo tenga coral. Había peces en abundancia y los depredadores dominaban. Si pesáramos la totalidad de los peces del arrecife para determinar lo que los científicos llaman la biomasa, los depredadores mayores, principalmente tiburones, sumarían dos tercios de esta cifra. Imagínese ir a Serengueti, en África, y ver dos leones por cada ñu. Esto sería imposible en tierra firme, pero así se presenta la relación en un arrecife de coral prístino. Es una pirámide invertida de biomasa, la mejor indicación de un ecosistema prístino.
Después de Ducie, navegamos hacia Henderson, donde nuevamente sufrimos un fuerte oleaje del sur y vientos del norte. El capitán del Claymore II demoró cinco días completos tratando de anclar en un punto resguardado, ¡tremendo reto! Me sentía como una veleta sujeta con una cuerda delgada al único punto abrigado de la isla. Pasamos los días haciendo excursiones sobre las olas, descensos y regreso al refugio. Al final del día estábamos exhaustos, pero felices. El mundo submarino de Henderson resultó ser otro medio ambiente prístino, virtualmente inalterado por el ser humano.
Henderson es un atolón elevado, algo muy poco común. Ochocientos mil años atrás, Henderson era un atolón con un anillo de coral que circundaba una laguna poco profunda, igual que Ducie. Pero entonces otro volcán se levantó del suelo marino, formando la isla alta que hoy conocemos como Pitcairn. Ese volcán desplazó la capa continental y elevó el atolón de Henderson 33 metros por encima del nivel del mar. Hoy en día, visto desde lejos, Henderson parece una mesa. Tiene acantilados verticales de 33 metros de altura a todo el rededor y una depresión poco profunda tierra adentro, la antigua laguna, que en la actualidad está cubierta de impenetrable vegetación. Henderson es el último en su especie, el único atolón elevado que alberga una selva prístina, incluyendo cuatro especies de aves que no se encuentran en ningún otro lugar del planeta.
Los tiburones en Henderson eran todavía más curiosos que los de Ducie. Parecía que les gustaba estrellarse contra las cúpulas de las cámaras, y, en efecto, rayaron la mía hasta tal punto que fue imposible repararla. Sin embargo, mantuvimos la calma y nos rendimos al sobrecogimiento y la admiración que surge al observar un ecosistema marítimo intacto. Mi corazón latía lenta y rítmicamente y podía sentir la piel de gallina por debajo del traje de buzo. Aparte del amor, esto es lo que me hace sentir más feliz y pleno en la vida. En realidad, ésta es otra forma de amor.
Regresamos a Pitcairn después de cinco vivificantes días en Henderson. El agua se aclaró un poco, aunque todavía seguía lloviendo y cerca de la orilla la visibilidad no era muy buena. Buceamos e inspeccionamos los arrecifes y filmamos durante un buen rato. Vimos arrecifes sanos y peces abundantes pero pocos tiburones. Hablamos con los lugareños y nos contaron los secretos de su isla y compartieron sus temores. Con una población que va envejeciendo, Pitcairn va a necesitar una inyección de sangre joven. Los habitantes dependen del Gobierno británico para sobrevivir. Tienen algunos árboles frutales y algo de agricultura, venden una pequeña producción de miel, madera tallada, grabados y sellos de correos a los escasos cruceros que se detienen durante algunas horas cerca de la isla. Pero eso no es suficiente para mantener su economía. Nos quedamos pensando en el futuro de estas gentes. Posiblemente éste dependa de su medioambiente del que probablemente no tienen conciencia.
Con estos pensamientos rondando en nuestras mentes nos dirigimos al destino final, el atolón Oeno. El tiempo empeoró y no había posibilidad de anclar de manera segura. Puesto que Oeno tiene sólo una milla de diámetro, constituye un pequeño refugio en medio de un océano inmenso. El oleaje y el viento se combinan para convertir el atolón en una vorágine, el infame remolino del océano, capaz de triturar y de tragarse barcos enteros. Aunque exhaustos luego de tres semanas de buceo y navegación, llevábamos los ojos muy abiertos y estábamos siendo más precavidos que de costumbre.
Durante una pausa de la tormenta logramos llegar a la laguna a través de un estrecho pasaje. Una hora después de parar en la única isla de Oeno, otra vez comenzó a llover con gran intensidad. Nuestros cuerpos mojados se enfriaron con la acción del viento, por lo que decidimos explorar la laguna con snorkel. Sobre un fondo arenoso encontramos parches de arrecifes cubiertos de una capa de algas rosadas y almejas gigantes, tan abundantes que en algunos arrecifes llegaban a ser hasta diez por metro cuadrado. A la salida, las olas golpeaban el pasaje de acceso. El ruido sordo del primer golpe contra la embarcación sonó como un disparo. Se me aceleró el corazón y de repente sentí calor. Las olas chocaban contra el bote. El capitán dio la vuelta y ensayó de nuevo, golpeamos el arrecife, metal contra roca. Detesto esos momentos en que hay incertidumbre sobre si logramos salir o nos quedamos atrapados. El capitán lo intentó de nuevo y con gran habilidad nos sacó de la laguna llevándonos a mar abierto, ese fue un golpe fuerte. Ya a bordo del Claymore II levantamos el esquife y confirmamos que la hélice había sufrido un daño considerable. Un precio bajo por encontrarnos a salvo.
Los descensos en Oeno fueron angustiosos y no sólo porque nos sentíamos buceando en una lavadora. Estábamos consternados por la ausencia de tiburones. ¡Por todos los diablos!, ¿cómo era posible que no hubiera un solo tiburón en un remoto y deshabitado atolón? Hemos explorado arrecifes de coral por el mundo entero, desde los más degradados hasta los más prístinos, y la única explicación es la pesca. Sin pesca, en los arrecifes hay numerosos tiburones. Su ausencia se debe a la pesca. Oeno es la isla más cercana a la Polinesia Francesa y los habitantes de Pitcairn han reportado fl otillas polinesias y de otros orígenes de pescadores de tiburones en las cercanías del atolón. Si Oeno ya está amenazado, ¿cuál sigue? ¿Serán los prístinos Henderson y Ducie?
Sólo hay una solución: proteger estos últimos paraísos del Pacífico Sur de la mano del hombre. En la actualidad las flotillas de pesca están invadiendo el 95% del océano y menos del 5% puede ser considerado prístino. No podemos destruir ese 5% sólo porque el 95% restante ya haya sido degradado. Estos lugares prístinos son de los pocos ejemplos de océano sano que nos quedan, el único manual de instrucciones del mar, donde podemos aprender sobre lo que hemos perdido y al mismo tiempo entender lo que puede ser el futuro.
Epílogo: En el momento en que se escribió este artículo, el Grupo Ambiental Pew y la National Geographic Society estaban llevando a cabo conversaciones con el Consejo Isleño de Pitcairn y el Gobierno del Reino Unido sobre la posibilidad de crear una amplia reserva marítima que proteja la zona económica exclusiva de 200 millas de las islas Pitcairn. Esta expedición fue la primera efectuada por la alianza de Mares Prístinos entre Blancpain y National Geographic.
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