Capítulo 3
Una inmersión de veinticuatro horas por la ciencia y para promover el conocimiento del mundo submarino.
Esta es la historia de una aventura científica y de un récord de buceo que tuvieron lugar en un paraíso perdido de la Polinesia. Un lugar en el que una vez al año miles de meros se reúnen en secreto, seguidos por cientos de tiburones. El equipo de Laurent Ballesta quiso comprender mejor el instinto que impulsa a estos peces a llegar al paso de Fakarava, exactamente un día de luna llena, para reproducirse todos al mismo tiempo. Con la ayuda de los investigadores del CNRS de Moorea, se sumergieron y realizaron diversas actividades para estudiar este fenómeno único y poder explicarlo. Con motivo de esta experiencia, extraordinariamente inaudita y enriquecedora, Laurent Ballesta realizó una inmersión récord de veinticuatro horas…
Son las tres de la tarde y el sol brilla sobre las aguas turquesa. Estoy sentado en el borde de la zódiac y me preparo para bucear durante veinticuatro horas. Por primera vez en mi vida, antes de entrar al agua le digo a mis camaradas: “Adiós, hasta mañana”.
Y al decirlo me doy cuenta de mi delirio: voy a bucear durante un día entero y su noche. Es decir, no saldré del agua hasta mañana a esta misma hora… Sueño con esta experiencia desde hace mucho tiempo y aunque estoy decidido a llevarla a cabo, de pronto me siento desconcertado. Tengo miedo. Miedo de no lograrlo, de tener frío, de tener hambre, de cansarme demasiado rápido y querer salir antes del final. Realizo inmersiones profundas desde hace muchos años, pero lo de hoy es distinto. No se trata de un ejercicio vertical, sino de una prueba horizontal. No es una simple zambullida, ¡es un maratón! Me tranquiliza pensar que mis dudas acabarán dentro de un momento, y que en unas horas ya no podré plantearme nada de todo esto. No podré echarme atrás aunque quiera. Mi sangre estará saturada de helio y si decido renunciar necesitaré seis horas para volver a la superficie. Una última mirada a los miembros de mi equipo y me tiro hacia atrás. Empieza la cuenta atrás.
Se necesita tiempo para resolver el “misterio del mero”. Es algo complejo y sutil. Todos los meros camuflaje (Epinephelus polyphekadion) se reúnen en torno al atolón de Fakarava, a 490 kilómetros al noreste de Tahiti. Su reagrupamiento tiene lugar una sola vez por año, en julio, en este lugar único que une la laguna con el océano mediante un paso, una ruptura en la barrera de coral, una minúscula puerta entre la vasta laguna y el océano más grande del mundo. En esta ensenada las corrientes son violentas pero previsibles: siguen la marea, por lo que la laguna se llena y se vacía cada seis horas. Los animales viven a este ritmo. Hay vida como en ningún otro lugar y las cohabitaciones no son nada simples. Vivir aquí es tan benéfico como peligroso: comer sin dejarse comer, hacer frente a los predadores para reproducirse. El paso acelera todos los procesos. Este espacio del tamaño de dos o tres campos de fútbol es un concentrado de océano. Un cañón paradisíaco que con la llegada de los tiburones grises se convierte en una trampa para los meros. El paso tiene forma de embudo, ideal para una emboscada. ¿Por qué se reproducen aquí entonces? En realidad, los meros no tienen alternativa: de la misma forma que las flores necesitan el viento para diseminar su polen, ellos necesitan una corriente lo suficientemente potente como para diseminar sus huevos por el océano.
Siempre he estado convencido de algo muy simple: para comprender la vida submarina hay que observarla durante mucho tiempo y sin interrupción. Sueño con salir a bucear como un botánico sueña con ir al bosque: con el deseo de pasar largos períodos de tiempo y recorrer largas distancias. El objetivo es simplemente observar, no batir un récord de resistencia física. El éxito del proyecto consistirá en lograr que el ejercicio sea simple y demostrar que existe un nuevo método para efectuar inmersiones más largas, de modo que cualquier otro buzo bien entrenado pueda realizarlas también.
Mi amigo Jean-Marc Belin ha trabajado intensamente durante un año para resolver el principal problema de pasar veinticuatro horas a más de 20 metros de profundidad: la descompresión. Teóricamente, después de esas veinticuatro harían falta otras veinte para subir, es decir, habría que pasar casi dos días bajo el agua. Pero el ejercicio resulta posible si se respira algo diferente al aire comprimido. Jean-Marc ha preparado una mezcla gaseosa radical: 87 por ciento de helio y 13 por ciento de oxígeno. Este cóctel se disolverá en mi organismo durante la inmersión sin que el oxígeno altere mis pulmones. El único inconveniente es que no podré salir en caso de emergencia. Después de dieciocho horas de buceo solo tendré que reemplazar el helio por el aire. Al hacer esto, empezaré mi descompresión sin cambiar de profundidad. En eso consiste la astucia de Jean-Marc. Durante las seis horas restantes podré continuar con la exploración, mientras espero pacientemente a poder subir.
Por ahora prefiero no pensar en eso. Hace solo tres horas que estoy bajo el agua observando los grupos de meros. Este es el mayor reagrupamiento conocido en el mundo: 18.000 meros. Son las seis de la tarde y la luz languidece. En la superficie el sol debe estar a punto de ocultarse. Mis compañeros no tardarán en llegar para el primer abastecimiento. Tengo cita con ellos en un lugar determinado para recargar mi reciclador, que no tiene autonomía suficiente para veinticuatro horas. Antonin baja para llevárselo y devolvérmelo lleno lo antes posible. Mientras tanto, lo espero en el fondo con un reciclador de urgencia. Todos tenemos nuestras manías: mi reciclador es para mí como ese viejo par de zapatillas deportivas con las que te sientes cómodo y que no quieres cambiar, especialmente cuando sales a hacer una excursión larga.
La operación de abastecimiento es todo un éxito, por lo menos desde mi punto de vista. Mis compañeros me contarán después que en la superficie vivieron momentos de pánico intentando recuperar el material en medio de la corriente y de la negra noche, que ya había caído.
La corriente marina puede tener una intensidad de hasta dos nudos en los momentos de fuerte marea. Los meros camuflaje se mantienen alineados frente a la corriente y esperan, cada vez en mayor número, el día D de la reproducción.
Efectivamente, ya es de noche… y aún tengo doce horas de oscuridad por delante… Mis compañeros se suceden en la ayuda: primero Cédric, luego Manu, luego Antonin y por último Cédric otra vez. Por turnos, cada uno de ellos me acompaña durante tres horas. Se mantienen sobre mí a 10 metros de distancia, sujetando una luz potente. Ellos iluminan mi camino. ¡Un hermoso símbolo de amistad! A ellos les debo la visión mágica nocturna, que es como una ventana indiscreta hacia los pequeños secretos de la vida marina nocturna. Los peces cambian de color con la noche. ¡Es como si se pusieran el pijama! Es increíble que su “traje” de día sea tan distinto al de la noche.
Hora tras hora completo mi bestiario de criaturas nocturnas. La noche es el reino de los crustáceos y de los moluscos. En Polinesia se cuentan más de 5.000 especies distintas. Invisibles de día, esperan el crepúsculo para salir de las entrañas del coral. Prudentes, permanecen en el umbral. Cuando perciben la más mínima luz se sumergen nuevamente en la cripta sobrepoblada del arrecife coralino. Como huyen de la luz, solo dispongo de unos instantes para capturar su imagen.
La noche continúa. He buceado 7 kilómetros a lo largo del arrecife, un largo recorrido que me conduce por segunda vez a la cita con un nuevo abastecimiento. Es medianoche, espero el relevo. Todo va bien. No tengo frío, pero estoy impaciente. Hace poco supe que un buzo estableció recientemente un récord en Egipto tras permanecer cincuenta y cinco horas bajo el agua a 5 metros de profundidad, echado sobre la arena, cerca de una playa. Sin moverse y conectado a unas botellas en la superficie por un largo cordón umbilical. Sospecho que debió tomar somníferos para que el tiempo pasara más rápido. Yo, en cambio, quiero que el tiempo se alargue más.
Es medianoche. Los meros duermen desde hace seis horas. Se han ocultado donde han podido y como han podido. Son tantos que las anfractuosidades del arrecife no alcanzan para albergarlos. Los tiburones patrullan. Johann, el especialista en tiburones, ha hecho recuentos casi todos los días desde nuestra llegada: piensa que actualmente hay en el paso cerca de 700.
Hay electricidad en el agua. De día los tiburones están tranquilos. Descansan en la corriente, pues saben que los meros son demasiado ágiles. Por eso esperan el momento ideal: saben que al caer la noche los meros descansan. Entonces abandonan las corrientes y deambulan en el fondo, por cientos. Su agitación me preocupa porque sé que hoy no puedo subir de cualquier manera. Es un estrés… ¡pero también un espectáculo! Me doy cuenta de hasta qué punto se subestima su velocidad a la luz del día… De noche aceleran a tal velocidad que casi no logro seguirlos con la mirada. Muchos creemos conocer los comportamientos de caza de los tiburones por los simulacros de ataque en las sesiones de alimentación con carnada, pero hoy eso me parece ingenuo. Es como pretender que conocemos a los lobos que cazan en jauría solo porque le hemos dado su comida a un perro.
Yanick se une a mí durante unas horas con su Phantom, especial para tomas en cámara lenta y capaz de captar mil imágenes por segundo. Ante él estalla un frenesí, violento y desordenado. La misma escena, vista en cámara lenta, nos mostrará toda la eficacia y precisión del ataque de los tiburones. Devoran a los meros por cientos, por miles incluso… Esto reduce aún más nuestras posibilidades de aclarar el “misterio del mero”. Nos damos cuenta de la importancia que tiene para los meros este lugar de reproducción tan peligroso. Y es que han sabido resolver la ecuación entre el sacrificio y el beneficio. Somos conscientes de que estas escenas de caza filmadas en cámara lenta, o estas fotografías que capturan e inmovilizan el fulgor de los ataques, son imágenes inéditas… Por eso, igual que yo, mis colegas están excitados. Es como si hubiéramos roto un tabú: bucear de noche en el paso, cuando los tiburones cazan.
Durante toda la noche, los tiburones se acercan y me tocan. Cualquier mínimo movimiento o luz los atrae. Primero se acerca uno, luego dos, luego diez. Después desaparecen tan rápido como llegaron, pero un minuto después la ronda vuelve a empezar. Después de algunos acercamientos reconozco a algunos, ya que por lo general siempre reaccionan los mismos. Suelen lanzarse sobre mí y dar media vuelta sin tocarme. Algunos sí lo hacen, pero sin llegar a abrir la boca. Al día siguiente, al salir del agua, constataré que solo tengo dos o tres hematomas en las piernas.
Son las seis de la mañana. En tierra firme decimos que el día arranca cuando a lo lejos, en el horizonte, la luz empieza a subir. Aquí la luz baja. En la madrugada llega suavemente desde arriba. Un pálido resplandor parece verter agua azul en la tinta negra del mar. Son las seis y las campanas tocan. Por lo menos es la idea que me viene a la mente cuando, de pronto, en el momento en que la luz reaparece… ¡escucho a las ballenas cantar! Lamentablemente no puedo verlas, probablemente se encuentran a cientos de kilómetros, pero cantan para nosotros. ¿Para quién si no? No sé si a uno se le puede poner la piel de gallina bajo un traje de neopreno de 7 milímetros de grosor, pero eso es justo lo que siento.
Llega la hora del último abastecimiento. Sané, el polinesio que vive aquí desde hace veinte años, viene a visitarme temprano. Con una sonrisa maliciosa estira la mano y me muestra un tubo de pasta de dientes y un cepillo. Con gusto me presto a su juego procurando no tragar agua. La noche ha terminado y con ella gran parte del estrés. Me quedan solo nueve horas para aprovechar las sorpresas del fondo del paso. No obstante, este es un momento crítico: ante los ojos de Jean-Marc, reemplazo el 87 por ciento de helio por aire. No siento vértigo, todo va bien. Esta operación marca el inicio de mi descompresión, pero no el inicio de la subida. Aún puedo permanecer a 20 metros bajo el agua toda la mañana.
Los tiburones se han calmado, pero ahora los meros se agitan. Unos emprenden su nado letárgico y otros sus luchas histéricas. Esta mañana, tras haber pasado una noche completa junto a ellos, los veo con otros ojos: son supervivientes. La ventaja de llevar tantas
horas aquí abajo es que puedo ofrecer un testimonio conmovedor: una trágica galería de retratos, una colección de caras destrozadas, de supervivientes que se salvaron de milagro y lucen los estigmas del saqueo nocturno… Las heridas son profundas: veo aletas arrancadas, opérculos desgarrados que dejan las branquias a la vista. Pero nada los detiene. Incluso en este lastimoso estado, reivindican su voluntad de reproducirse y se desafían unos a otros, una y otra vez. Al codearme con ellos tengo la fuerte impresión de que aquí el acto de la reproducción no es una recompensa, sino un sacrificio. Estos peces no son dueños de su destino, son esclavos de su instinto.
La corriente se invierte por última vez y empieza a entrar en la laguna. Me dejo llevar, falta poco para terminar, son casi las tres. Estoy bajo el agua desde hace más de veintitrés horas. Me duelen los dientes por el embudo, que me ha dañado la encía, pero me siento bien… Se acercan los últimos minutos y no tengo ganas de subir.
Me acerco un poco más a la superficie y mis amigos se zambullen para salir a mi encuentro. Ahora sí tengo muchas ganas de salir. Tengo ganas de reunirme con ellos, de contarles todo y de reírnos juntos. Dentro de un momento la conversación será muy animada.
Alrededor de la mesa cada uno contará a su manera los detalles de esta extraña jornada. Cada uno hará su one-man show en medio de bromas y risas que disimularán nuestro orgullo. Sin duda, un poco más tarde levantaremos nuestras copas en nombre de la amistad y del mar, pero riendo muy fuerte, por pudor. Es nuestra manera de digerir estos sentimientos tan fuertes. En nombre de la amistad y del mar sé que nuestras miradas casi no se cruzarán, ya no por pudor sino por prudencia, porque hay valores que te transportan tanto alto que si abres los ojos… ¡te dan vértigo!
Ha transcurrido un día desde la inmersión de veinticuatro horas y hemos podido descansar. Los integrantes de mi equipo, galvanizados por esta nueva experiencia y unidos como nunca por este éxito colectivo, y yo nunca nos habíamos mostrado tan entusiasmados y cohesionados. Mejor, porque todavía no hemos terminado. Ahora llega el día de la luna llena, el día en que supuestamente los meros deben reproducirse… Desde el primer instante de esta última inmersión me doy cuenta de que algo ha cambiado:
el ecosistema se ha transformado. Los peces fusilier, un tipo de sardinas tropicales, llegan por decenas de miles. Es la primera vez que veo tantos desde que llegamos. Ellos también saben que algo va a pasar. La agitación de los meros es inusual, pero después de semanas de confrontaciones se establece cierto orden. La obra de arte natural deja de ser abstracta y el cuadro cobra todo el sentido. Primero, cerca del fondo, y algunas veces posadas sobre el mismo fondo, están las hembras en “traje de camuflaje” y con los vientres dilatados por sus huevos, y justo sobre ellas están los machos gris pálido, que las controlan desde arriba. Cada tanto, un macho baja hacia una hembra, inicia una actuación compuesta por delicados temblores y en seguida la empuja, siempre de la misma manera, mordiéndole el vientre, probablemente para provocar la puesta… Una puesta que ahora parece inminente.
De golpe, los grupos de meros se lanzan hacia arriba: la reproducción acaba de empezar. Pero lamentablemente sucede demasiado lejos y demasiado rápido para apreciar los detalles íntimos. Los peces fusilier, cada vez más numerosos, ocultan el horizonte de modo que nos resulta difícil distinguir a los meros. En el mismísimo instante en que los huevos y el semen aparecen, los fusiliers se precipitan para comerse la lecha fecunda.
¡Qué caos! ¡Se arma un alboroto impresionante en el fondo del paso! Los meros saltan de aquí para allá y despegan a nuestro alrededor como fuegos artificiales vivos. Los fusiliers están por todas partes y los tiburones embisten, aunque casi siempre salen con las fauces vacías. El acto dura menos de un segundo, ni siquiera tenemos tiempo de comprender qué sucede. Cada vez un grupo de unos diez meros surge del fondo, nunca suben en pareja. La anarquía es total y parece imperar la ley del más fuerte o del más rápido…
Es justamente eso lo que más me sorprende. ¿De qué sirve haberse peleado durante cuatro semanas si esto no le garantiza al vencedor una hembra? ¡Un desgaste total de energía para nada! ¿Para qué llegar tan temprano en la temporada y correr cada noche el riesgo de que te devoren, si esto no te otorga el más mínimo privilegio el día de la reproducción? No lo entiendo. No logro descifrar el “misterio del mero”. Después de tantas semanas de lucha, ninguna regla vale en el momento de la reproducción: todos los machos, vencedores y vencidos, saltan sobre la hembra que pone sus óvulos y todos parecen tener las mismas posibilidades de fecundarla. Solo las corrientes marinas, que mezclarán esta sopa fecunda, decidirán quién se junta con quién. Entonces, ¿el feliz progenitor será finalmente elegido al azar? No me lo puedo creer. Persiste el misterio, algo se nos escapa… Pero ¿qué? ¿Cómo podemos hacernos una idea? El apareamiento es tan rápido… Podemos entender que la rapidez les permite evitar a los tiburones cuando suben a la superficie y ser los primeros en fecundar los huevos de la hembra, pero probablemente hay algo más que permanece oculto…
Una vez más, Yanick se encuentra en el buen lugar en el momento oportuno. Activa su cámara especial en una fulgurante reproducción. Un instante de vida de un solo segundo que se convertirá en 40 segundos gracias a la magia de la cámara lenta. Y en cámara lenta las cosas se aclaran: se ve perfectamente bien que un solo macho provoca la ronda en torno a la hembra y la mantiene en un cuerpo a cuerpo durante el mayor tiempo posible. Ese mero no ganó la exclusividad, sino simplemente la prioridad, ya que los otros machos convergen hacia la pareja. Este macho privilegiado es el macho dominante, un estatus que ganó después de cuatro semanas de incansables luchas. El dominante solo se beneficia de este corto avance que le permite saciar sus deseos antes que los otros machos oportunistas, que también prueban su suerte inundando la escena con su semen, pero un microsegundo después.
La solución para comprender el “misterio del mero” consistía en poder observar el interior de una fracción de segundo para descubrir, en cámara lenta, la existencia de una jerarquía respetada pero efímera, la prueba de una coreografía milimetrada pero invisible a simple vista. Pasé veinticuatro horas bajo el agua… ¡y toda la explicación se reducía en una fracción de segundo! Me gusta creer, sin embargo, que fue necesario. Porque es importante tomarte tu tiempo si quieres aprehender un instante preciso.
Todavía nos falta mucho por comprender, por supuesto. ¿Cómo pretender saberlo todo de un evento que solo se puede observar una vez por año? En todo caso, podemos afirmar que de ahora en adelante, cada año, cuando vuelva esta luna llena, tendremos muchos deseos de volver… Volveremos el próximo año, y después dentro de diez, veinte, cuarenta años. Porque en estos importantes lugares de biodiversidad los estudios ecológicos solo tienen sentido si se repiten año tras año. Los datos que hemos observado y anotado durante esta expedición solo tendrán valor si se comparan con datos futuros. Setecientos tiburones grises y 18.000 meros. ¿Cuántos serán dentro de veinte años? El paso de Fakarava está clasificado como reserva de la biósfera por la UNESCO. Sin embargo, ¿evitará esto las crisis ecológicas del siglo XXI? Antaño, estos reagrupamientos anuales de meros también se llevaban a cabo en los otros grandes atolones de Polinesia. Hoy, todos han desaparecido.
--------------------------------------------
El Fifty Fathoms es el primer reloj de buceo moderno que estableció un estrecho vínculo entre Blancpain y el océano. Ha tenido un papel destacado como uno de los principales desarrollos de la historia general del buceo y de la exploración submarina. Su protagonismo en el acceso al mundo submarino ha contribuido a forjar estrechos lazos entre Blancpain y eminentes científicos, pioneros del buceo, ambientalistas, fotógrafos submarinos y otros especialistas que han dedicado sus vidas al océano. Gracias a ellos, Blancpain ha llegado a comprender la importancia crítica de la causa de la preservación y protección de los océanos del mundo, y se ha convertido en un ferviente defensor de las iniciativas destinadas a protegerlos.
Nuestros esfuerzos por apoyar esta causa, que agrupamos bajo el nombre de “Blancpain Ocean Commitment”, se han manifestado a través del apoyo a importantes organizaciones, como las Expediciones Gombessa de Laurent Ballesta, y de la colaboración con las mismas.
Es un orgullo para Blancpain haber patrocinado las dos Expediciones Gombessa realizadas hasta la fecha, que han permitido realizar importantes descubrimientos de los que nos hemos hecho eco en diversos números de Lettres du Brassus.