Skip to main content

Capítulo 6

Planeta MEDITERRÁNEO

La búsqueda de universos intactos a lo largo de la costa más frecuentada del planeta.

Autores del capítulo

LAURENT BALLESTA

Autores del capítulo

LAURENT BALLESTA
Planeta MEDITERRÁNEO
Planeta MEDITERRÁNEO
Número 21 Capítulo 6

Mi pasión por el mundo submarino nació en la costa mediterránea. Conocida por su belleza y su diversidad, es el litoral más concurrido del planeta: con una urbanización demasiado descontrolada, una frecuentación estival desbordante y deshechos industriales insidiosos, entre otros factores. Todas estas presiones no han hecho más que aumentar en el último siglo, e inevitablemente, salvo en las reservas, los primeros 50 metros de mar han sufrido las consecuencias. Ahora bien, ¿y más allá? ¿Es posible todavía encontrar mundos preservados? Los he visto, durante 10, tal vez 20 minutos. O incluso 30… ¡los días en los que estábamos en forma! Pero cuando estás en el fondo, esos minutos implican de cuatro a seis horas de descompresión antes de volver a la superficie. No queda otra opción.

Desde hace 20 años exploro el Mediterrá ­ neo profundo. A menudo siento grandes emociones… pero durante inmersiones demasiado cortas. Por eso lo fotografío todo, para prolongar el placer después de esas exploraciones de pocos minutos. Unos minutos que en el verano de 2019 logramos transformar en horas… Con este propósito imaginé el viaje: un buceo continuo de 28 días a lo largo de la costa mediterránea francesa. Para hacerlo posible solo había una solución: la combinación de buzos con escafandras y de buzos convencionales. Quería la autonomía de los unos y la mo ­ vilidad de los otros para convertirnos en «acuanautas», u «oceanautas», términos tan preciados por el capitán Cousteau.

1 de julio de 2019. Mientras la pesada puer ta de metal se cierra detrás de nosotros, que vamos vestidos con nuestros trajes rojos, tengo la sensación de entrar en una nave espacial que nos lleva a la Luna. Lo cierto es que nos dirigimos hacia un mun ­ do aún más desconocido que la superficie cuadriculada de nuestro satélite: las pro ­ fundidades del mar Mediterráneo francés, a entre 70 y 140 metros bajo el mar. En nuestra estación batial flotante y presuri ­ zada de 5 m 2 , mis compañeros Yanick, Thibault, Antonin y yo somos prisioneros voluntarios. Dentro comemos y descansa ­ mos. No podemos escapar, salvo durante nuestras inmersiones. Todos los días, in ­ cluso dos veces al día, nos cambiamos en las minúsculas instalaciones sanitarias y nos deslizamos hacia la torreta que nos lleva a las profundidades. Debajo de la torreta, en una canasta preparada y revisada por la tripulación de superficie, nos espera nuestro equipo. Cada buzo tiene su avatar, con quien mantiene una relación de con ­ fianza absoluta. Es como saltar con un paracaídas que no has empaquetado tú mismo. Thibault, que se ocupa de asistirme bajo el agua, no podía estar con nadie más seguro que con su esposa Justine, también instructora de buceo. Yanick tampoco tuvo que buscar mucho; su hermano mayor Cédric controla su máquina. Son insepara ­ bles en las grandes misiones, en las que Yanick filma en condiciones extremas. Antonin, además de asistir a Yanick con la iluminación, se ocupa de la ciencia en el buceo. Necesita dos avatares: Florian, que reúne las funciones de responsable logístico y científico, y Thomas, amigo de Antonin y su cómplice en todas las misio ­ nes de investigación a través del mundo. Por mi parte, encontré a Jordi en España. Es un excelente fotógrafo submarino, muy versado en la técnica del reciclador. Su mi ­ sión, sobre todo, será cuidar de mis cinco cámaras fotográficas.

Con confianza, nos ponemos nuestros re ­ cicladores y, a diferencia de los buzos con escafandras de pies pesados, salimos de la torreta sin umbilical. Al acabar regresamos a la torreta, que nos sube a la superficie y se conecta a la estación para que podamos comer y descansar antes de la siguiente salida. No hay más descompresión entre inmersiones. Al final de la misión necesi ­ taremos prácticamente cinco días para efectuar la descompresión en la misma estación antes de abrir la pesada puerta de metal para salir al aire libre.

La torreta sale de la estación batial y baja a los acuanautas a las profundidades (Foto: Jordi Chias).

La torreta sale de la estación batial y baja a los acuanautas a las profundidades (Foto: Jordi Chias).

Los acuanautas y la torreta, Faro de la Cassidaigne, Cassis, -70 m.

Los acuanautas y la torreta, Faro de la Cassidaigne, Cassis, -70 m.

El tiempo en el fondo SE CUENTA EN HORAS y nuestra inmersión va a durar 28 DÍAS.

Planeta Mediterráneo en aproximación. Puerta desbloqueada, salida extravehicular, exploración… Las palabras se parecen, pero este no es un viaje interestelar; aquí abajo hay vida por todas partes.

Planeta MEDITERRÁNEO
Planeta MEDITERRÁNEO
Cúpula de esponjas cavernícolas, Rada de Agay, -90 m

Cúpula de esponjas cavernícolas, Rada de Agay, -90 m

Desde la primera inmersión tenemos una sensación increíble: ya no somos los buzos que se tambalean en un barco, sino acuanautas que salen de su estación batial. Mientras nos alejamos me giro hacia la torreta, que desaparece poco a poco en el azul del mar. Por el momento la mantenemos a la vista, ya que es nuestra única puerta de salida. Avanzo lentamente, sin ninguna prisa, atento a todo…

En esta isla del Parque Nacional de las Calanques, el capitán Cousteau, en los años 50, registró las imágenes submarinas de El mundo del silencio, una película que conmocionó a toda una generación. Un escenario histórico para nuestra aventura moderna. Esta nueva expedición Gombessa tiene tres objetivos:

Nuestro reto de buceo: gracias a la saturación, nuestro tiempo en el fondo se cuenta ahora en horas y nuestra inmersión va a durar 28 días. El estudio científico: la estación batial no está sola. A su alrededor gravita el Zembra, el catamarán de la empresa Andromède Océanologie, especializado en ecología marina. A bordo, Julie Deter, responsable del programa científico de esta nueva misión Gombessa, supervisa los estudios ordenados por la Agence de l’Eau y por el Centre Scientifique de Mónaco. Los protocolos son múltiples: implican el ADN medioambiental, la bioacústica, la fotogrametría y el equilibrio metabólico del coralígeno entre su respiración y su fotosíntesis. La captura de imágenes inéditas de especies raras, incluso intentar fotografiar algunas por primera vez en su entorno natural, y observar su comportamiento.

Acabamos de pasar tres horas a 70 metros bajo el nivel del mar. La torreta no está muy lejos, eso nos tranquiliza en esta primera salida. Una primera sorpresa nos espera: ¡los calamares veteados del Mediterráneo!

Solo me había topado con ellos hace diez años. Son criaturas sigilosas a las que apenas pude robar un retrato.

Hoy, es distinto. Se están apareando ante nuestros ojos. El macho se coloca debajo de la hembra, sus tentáculos se entrelazan… El macho levanta su brazo inferior, lo gira y lo desliza bajo el manto de la hembra. Este brazo modificado lleva las bolsas de esperma cerca de los óvulos, que aún están dentro de la hembra. Un segundo después del apareamiento, las hembras entran en pequeñas cuevas para colgar del techo sus largos racimos de huevos fecundados. Se reproducen una sola vez en su vida, a la edad de entre uno y tres años. Una vida corta y una sola oportunidad de dar vida, justo antes de perderla.

Primer día. Primera foto inédita. Quiero tomarlo como un buen presagio. Tenemos 28 días. ¿Podemos esperar 28 encuentros inéditos?

Reproducción de los calamares veteados (Loligo forbesii), Archipiélago de Riou, Parque Nacional de las Calanques, -68 m.

Reproducción de los calamares veteados (Loligo forbesii), Archipiélago de Riou, Parque Nacional de las Calanques, -68 m.

Respiramos una mezcla gaseosa compuesta por un 97 % de helio y un 3 % de oxígeno que entra en nuestros pulmones y NOS ENFRÍA POR DENTRO DIEZ VECES MÁS RÁPIDO QUE EL AIRE.

Volvemos a la torreta congelados. Respira ­ mos una mezcla gaseosa compuesta por un 97 % de helio y un 3 % de oxígeno que entra en nuestros pulmones y nos enfría por dentro diez veces más rápido que el aire. Si bien a 100 metros de profundidad la temperatura del agua se mantiene cons ­ tante a 14 ºC, tenemos más frío que en la Antártida. Pero este cóctel de proporciones precisas es necesario para evitar las convulsiones epilépticas y la narcosis provocadas por la presencia de nitrógeno y el excesivo contenido de oxígeno del aire al respirar a grandes profundidades. El helio actúa en nuestras cuerdas vocales y altera nuestras voces; nos resulta imposible comprendernos. Para comunicarnos desde la estación con el equipo de superficie utilizamos un micro y un sistema que ajusta nuestro tono de voz para hacerlo normal (o casi).

Tirada lentamente por un remolcador, la estación batial se dirige hacia nuestro siguiente punto de inmersión. Son 21, de Marsella a Mónaco, ida y vuelta, lo que representa 600 kilómetros de costa. Hemos localizado lugares que destacan por su belleza y abundancia de vida. Nos centramos especialmente en lo que me gusta llamar «los arrecifes coralinos del Mediterráneo».

Los acuanautas en la torreta después de una inmersión.

Los acuanautas en la torreta después de una inmersión.

Estas estructuras parecen efectivamente arrecifes coralinos de aguas cálidas, pero no lo son. El término correcto es «arrecifes coralígenos» y son ecosistemas particulares que crecen lejos de la superficie, a una profundidad de entre 70 y 120 metros, invisibles a los ojos de los bañistas de la Costa Azul. El origen de estos oasis de vida es… ¡la vida misma! Y es que estas rocas fueron fabricadas por organismos vivos que actúan como auténticos constructores. Los cimientos están formados por algas de piedra violeta. Luego empiezan los refuer ­ zos de los animales: los gusanos marinos, las esponjas calcáreas, los corales, los moluscos… Un sinfín de obreros que construyen unos sobre otros. Lo que unos construyen, otros lo demuelen. Las algas rojas fabrican roca, las esponjas ácidas la roen. Hay una gran variedad de bandos: los que cavan contra los que construyen, los que disuelven contra los que solidifican. Este equilibrio de fuerzas es en realidad un golpe de suerte, ya que, si los constructores no tuvieran adversarios, el arrecife sería como un muro de piedras, monolítico, liso, sin relieves ni fracturas. Ningún pez se refugiaría allí, ningún crustáceo se escondería allí, ninguna gorgonia se pararía allí. La diversidad crea más riqueza que la conformidad, es el triunfo de la diferencia. Hoy en día existen más de 1600 especies en los arrecifes coralígenos, endémicas de las profundidades del Mediterráneo. Entre ellas, abunda el destellante pez tres colas papagayo. Esta abundancia no me impide apreciar lo extraordinario del mo ­ mento. Esperé años para poder ver el pez tres colas papagayo, primo del pez de tres colas. Las diferencias entre ambos son sutiles pero evidentes: un cuerpo más largo, ojos más grandes, un traje claramente bicolor y una cola notablemente filamentosa. Ahora está frente a mis ojos y lo fotografío vivo por primera vez. Darme cuenta de esto me basta para insuflarme ánimos y decirme que todo lo que hago no es en vano. 

El espacio vital de la estación batial: 5 m 2 para compartir durante las comidas y el sueño.

El espacio vital de la estación batial: 5 m 2 para compartir durante las comidas y el sueño.

Planeta MEDITERRÁNEO

La estación batial frena su trayectoria. El módulo se desprende, deja su órbita y LA GRAVEDAD SE LLEVA A LOS CUATRO ACUANAUTAS 120 METROS MÁS ABAJO. Planeta Mediterráneo en aproximación.

La estación batial frena su trayectoria. El módulo se desprende, deja su órbita y la gravedad se lleva a los cuatro acuanautas 120 metros más abajo. Planeta Mediterrá ­ neo en aproximación. Puerta desbloquea ­ da, salida extravehicular, exploración… Las palabras se parecen, pero este no es un viaje interestelar; aquí abajo hay vida por todas partes. Este espacio no es yermo. Formas extrañas, actitudes raras, intenciones engañosas. Este concentrado de exo ­ tismo confunde al observador. Crea dudas entre lo inerte y lo animado, entre lo in ­ ofensivo y lo venenoso. Abriendo repentinamente sus brazos sin fin lo veo. Creo que los primeros naturalistas quedaron como hipnotizados por este animal cuando lo descubrieron. Sin duda turbados, al no encontrar las palabras recurrieron a la mitología para bautizarlo como «gorgonocéfalo», en referencia al cabello de esta criatura griega que tenía el poder de petrificar a los que la miraban. En realidad, el monstruo es inofensivo, tan solo es… un primo de las estrellas de mar. La única diferencia es que sus cinco brazos se dividen y se vuelven a dividir, una y otra vez. Tan ­ to es así que, cuando se enrosca, apenas mide 10 cm de diámetro, pero cuando se despliega, el gorgonocéfalo mide más de un metro. Al igual que las estrellas de mar, se reproducen a distancia, sin tocarse, ex ­ pulsando sus gametos con la corriente.

Sin embargo, en varias ocasiones observa ­ mos que sus brazos se acercan… Se hacen unas delicadas caricias cuyo sentido sigue siendo desconocido. Aunque estoy seguro de que bajo el mar se dan pasiones, tran ­ quilas o brutales, duraderas o fatales, que en tierra firme nadie sospecha.

Hemos llegado al ecuador de la expedición. La estación se detiene a los pies del Museo Oceanográfico de Mónaco. Al mirar a través de la minúscula escotilla no logro ver muy bien el monumento histórico sobre La Roca. Tampoco veo lo que sucede encima de nosotros, sobre la barcaza. Estar confinado por elección es una experiencia singular. Promiscuidad de la cabina, inmensidad de las profundidades. Calor sofocante en el recinto de acero, frío penetrante en el agua helada. Inacción atrofiante en el interior, vigilancia vital en el exterior. Bajo tutela por dentro, sin límites por fuera. A su vez, el acuanauta pasa de la claustrofobia al vértigo, del calor a la bofetada de frío, de la ociosidad al exceso de trabajo, de la paranoia al éxtasis, de la introspección a la exploración, de la depre ­ sión a la euforia… Dos veces al día los contrastes son violentos, a tal punto que aborrecemos ese gusto por el cambio. Sin embargo, la experiencia encierra una última paradoja: el enorme deseo de volver a empezar.  

Frente a Villefranche, la estación batial está ubicada verticalmente en un acantilado.

No bajaremos más durante esta misión. La altitud negativa es de 145 metros. Aquí los Alpes se extienden bajo el Mediterráneo. Son paredes atormentadas en la calma de las profundidades: es el litoral del pasado. Aquí, hace 20 000 años, se encontraba la superficie del mar. Bajar a las profundida ­ des es retroceder en el tiempo. El desnivel es vertiginoso, uno de los más vertiginosos del Mediterráneo francés, ya que la cumbre está a 50 metros y termina hacia los 200 –210 metros. A 145 metros apenas hay un 1 % de luz solar, es la zona mesofótica. No obstante, en estas grandes profundida ­ des se da una paradoja: cuando la luz disminuye, la visibilidad aumenta… Y esto hace posible fotografiar los grandes espacios. De repente, el buzo tiene visión de alpinista. Finalmente me doy cuenta de que hay otras tierras bajo el mar…

Cabo Canaille, Cassis, -68 m.

Cabo Canaille, Cassis, -68 m.

Gorgonocéfalo (Astrospartus mediterraneus), Le Grand Congloué, Parque Nacional de las Calanques, -62 m.

Gorgonocéfalo (Astrospartus mediterraneus), Le Grand Congloué, Parque Nacional de las Calanques, -62 m.

Bosque de coral negro (Antipathella subpinnata), Banc des Blauquières, Parque Nacional de las Calanques, -78 m.

Planeta MEDITERRÁNEO

Los seres vivos son raros aquí abajo. Piedras preciosas que deben ser extraídas. Los animales de las profundidades son como las orquídeas de las montañas, son atractivas porque son inaccesibles.

Hay criaturas que tienes que perseguir y otras que vienen a ti.

El extraño pez luna recorre las profundidades en busca de los peces limpiadores que curan su frágil piel sin escamas, atacada por parásitos.

Avanzamos en dirección a un bosque. ¡Ha nevado bajo el mar! Todo parece estar cubierto de escarcha. Estos árboles blancos, como un bosque bajo la nieve, son coral negro. Su esqueleto, con el que se fabrican joyas, es negro, mientras que su piel y los pólipos que lo cubren son blancos.

El coral negro forma bosques blancos, una paradoja que evidencia una realidad muy triste, la de los hombres que, debemos denunciarlo, han preferido su aspecto muerto a su destello vivo, su uso a su brío. A medida que nos acercamos, el frío es una ilusión que cesa cuando empieza a quemar: el coral negro paraliza a la medusa urticante. Esta avispa de mar ha encontrado algo más fuerte que ella. Solo se conocen tres bosques blancos en la costa francesa, todos ellos a una profundidad de entre 80 y 100 metros. Algunos expertos pensaron que estos pequeños bosques podrían ser el ensamblaje de miles de clones formando un solo individuo gigante. Sin embargo, las muestras revelaron que algunas ramas tenían sexo, la mayoría femenino. Por tanto, ¡podían nacer distintos individuos! Esto es tranquilizante, ya que de una reproducción sexuada puede surgir una diversidad genética. El coral negro presente aquí será menos vulnerable a los rápidos cambios climáticos.

En las ramas nevadas vemos camarones narvales. Hay tantos que dan forma al paisaje, con su color rojo con rayas blancas y puntos azules. Hay miles de ellos, y todos están conectados: sus antenas se tocan y crean vínculos. Así, al menor clic, los mensajes de alerta circulan en tiempo real de un extremo a otro de esta corporación de crustáceos. ¡Los camarones narvales son los inventores de las redes sociales y de la transmisión de información a alta velocidad!

La medusa luminiscente (Pelagia noctiluca) prisionera del coral negro, Banc des Blauquières, Parque Nacional de las Calanques, -78 m.

La medusa luminiscente (Pelagia noctiluca) prisionera del coral negro, Banc des Blauquières, Parque Nacional de las Calanques, -78 m.

Peces de tres colas (Anthias anthias), Banc des Blauquières, Parque Nacional de las Calanques, -78 m. 

Peces de tres colas (Anthias anthias), Banc des Blauquières, Parque Nacional de las Calanques, -78 m. 

Campo de gusanos empenachados (Sabella pavonina), Faro de la Cassidaigne, Cassis, -72 m.

Planeta MEDITERRÁNEO

Son los ÚLTIMOS REFUGIOS de los que huyen de una COSTA BAJO PRESIÓN.

En la estación, en cambio, no tenemos co ­ nexión. Aunque mi hija de un mes está ahí fuera, no puedo comunicarme con ella, así que me centro en la misión. Aprovecho este tiempo especial para leer y trabajar en las imágenes que traigo del fondo. Disfru ­ to cada minuto que paso allí abajo, aunque el encierro en la estación es a veces difícil de soportar, especialmente para Yanick. Soy consciente de que, a pesar de las con ­ diciones, tenemos mucha suerte de estar aquí. Con esta misión de cuatro semanas adquiriré más conocimientos y más intui ­ ción sobre estos ecosistemas profundos que en los 20 años anteriores. Porque este tiempo en las profundidades nos aportará luz. Así que nos ponemos los trajes una vez más, listos para una de las últimas salidas antes de comenzar la descompresión.

La estación batial vuelve a las aguas mar ­ sellesas, donde encontramos muchos ves ­ tigios hundidos a gran profundidad. El equipo Gombessa está compuesto por bió ­ logos, por naturalistas, no por arqueólogos, pero adaptar el buceo de saturación a otras disciplinas nos parece que podría ser el paso siguiente. Muchos arqueólogos soña ­ rían con pasar seis horas en el carguero Natal o en el campo de ánforas de Port Miou, a 100 metros bajo el nivel del mar.

Última inmersión antes de la descompre ­ sión. A pocos metros de Thibault y de mí, Antonin está recogiendo los últimos sedi ­ mentos para el equipo de científicos de la superficie. Al analizar las muestras de limo, podremos detectar sustancias peligrosas de una lista oficial que incluye 18 pesticidas, 16 hidrocarburos, 17 metales y 41 PCB cancerígenos. Incluso a grandes profundidades, los humanos dejamos hue ­ llas invisibles.

Las presiones en la superficie se están volviendo insoportables, por lo que los grandes animales se han trasladado a las profundidades del mar. Monstruosos rapes, congrios y langostas gigantes. Incluso las conocidas morenas del litoral emigran a la luz tenue para sus veladas nupciales. Los gigantes prefieren alejarse de los humanos en busca de espacios que parecen resistir la destrucción y la extinción. Son los últimos refugios de los que huyen de una costa bajo presión. En la ciencia hablamos de nichos ecológicos resistentes. Pero ¿puede un gi ­ gante contentarse con un nicho?

Rapes (Lophius piscatorius).

Rapes (Lophius piscatorius).

Camarón transparente (Periclimenes scriptus) en el alción mediterráneo (Alcyonium acaule), Parque Nacional de Port-Cros, -65 m.

Camarón transparente (Periclimenes scriptus) en el alción mediterráneo (Alcyonium acaule), Parque Nacional de Port-Cros, -65 m.

Pez (Mola mola), Cabo Taillat, Ramatuelle, -130 m.

Pez (Mola mola), Cabo Taillat, Ramatuelle, -130 m.

Idotea metálica y su transformación (Idotea metallica), Sausset-les-Pins, -6 m.

Idotea metálica y su transformación (Idotea metallica), Sausset-les-Pins, -6 m.

El Mediterráneo sigue vivo. ¿QUÉ FUTURO LE ESPERA ?

Mientras la torreta se levanta del fondo por última vez, pienso en las últimas cua ­ tro semanas. Con una variedad de zonas, que incluyen tanto simples oasis en un desierto como vastos y frondosos bosques, el Mediterráneo sigue vivo. ¿Qué futuro le espera? El Mediterráneo fue la cuna de nuestras civilizaciones, el escenario de las primeras guerras, la patria de los primeros poetas. Hoy se ha convertido en el basurero de nuestra sociedad, en la piscina para las vacaciones, en la tumba de los refugiados. ¿Será mañana el teatro de nuestras virtudes? ¿El laboratorio de nuestras ambiciones sostenibles? Nada es imposible en este mar casi cerrado donde todo se amplifica, lo peor y lo mejor. Solo una cosa no ha cambiado: el Mediterráneo sigue acogiendo una vida exuberante. Todavía está vivo. Su corazón no ha dejado de palpitar.

28 de julio de 2019. La puerta de la estación batial se abre al aire libre. Durante 28 días nos ha llevado a un viaje de sorpresas y maravillas. Es tosca y anticuada, pero ha llegado hasta el final. Cada viaje tiene su propio vehículo. Para ir a las estrellas, una nave espacial; para bajar al abismo, una estación batial. Las grandes profundidades son los planetas lejanos de una galaxia vecina. 100, 120, 140 metros… Son distancias a la vez irrisorias e intransi ­ tables. Porque este universo no está ni cerca ni lejos, está en otra parte. Llegar a él es entrar en un mundo paralelo. Hemos ido muy lejos, pero no nos hemos ido realmente. Nos quedamos en casa, en el Planeta Mediterráneo. 

Planeta MEDITERRÁNEO
Planeta MEDITERRÁNEO

Capítulo 07

LA PANTERA nebulosa

Un viaje artístico al sudeste de Asia.

Autores del capítulo

LEILA MANSOUR
LA PANTERA nebulosa
Seguir leyendo

Otros números

Seleccionar el idioma

Español

No se pierda el último número

Suscribirse a los números nuevos
Suscribirse a los números nuevos