Capítulo 4
Los siglos de evolución de nuestro sistema de calendario.
¿Cuánto dura el año solar? Si queremos ser precisos, según la NASA (que entre sus logros cuenta con haber llevado al hombre a la Luna) dura 365,2422 días1. El calendario gregoriano, que se utiliza en todo el mundo, se ciñe a esa cifra con una precisión casi milimétrica. Asimismo, el ciclo normal del calendario de meses de 30 y 31 días, al que nos hemos acostumbrado y que decreta la adición de un día en febrero cada cuatro años, en los años bisiestos, se aproxima de forma útil a ambos calendarios. De hecho, este ciclo de cuatro años que rige nuestra vida diaria seguirá funcionando sin ajustes hasta el año 2100 (e incluso ese ajuste solo significará saltarse el día bisiesto del 29 de febrero previsto para ese año).
En el artículo titulado «El cerebro de un calendario perpetuo» nos centraremos en el ingenio empleado por los relojeros de Blancpain para crear un dispositivo mecánico capaz de reflejar la complejidad de los meses, cuya duración varía entre 28 y 31 días, y en el titulado «Un arcoíris de calendarios perpetuos» haremos un recorrido por la oferta actual de relojes de Blancpain que contienen esta complicación. Es preciso, no obstante, viajar primero a través del tiempo para saber cómo ha evolucionado nuestro calendario desde sus inicios, en la época del Imperio romano. Antes de los decretos emitidos por el emperador Julio César, reinaba el caos en el Imperio, pues el uso por entonces del calendario romano republicano no permitía predecir de manera fiable las estaciones para la agricultura, uno de los usos para los que fue concebido. El calendario republicano cedió a los políticos el poder de agregar días y, ocasionalmente, incluso meses al año. Con demasiada frecuencia, las decisiones eran partidistas y se aceptaba añadir —o quitar— meses dependiendo de si ello conllevaba una ventaja para los aliados y perjudicaba a los oponentes. Es fácil entender por qué, con el tiempo, estas prácticas irregulares de modificación de los calendarios minaron el verdadero objetivo de contar con un calendario anual. De hecho, en el 40 a. C., el caótico calendario republicano llevaba ya tres meses de diferencia con el calendario solar.
Asesorado por Sosígenes, un astrónomo alejandrino, Julio César buscó el orden cuando en el año 46 a. C. instituyó un sistema nuevo y, lo más importante, predecible y regular. Hoy conocido como calendario juliano, calculaba que el año tenía una duración de 365,25 días. Esencialmente sentó las bases del calendario que conocemos hoy, ya que lo construyó con meses de 30 y 31 días y un febrero de 28 días. Para lidiar con el supuesto de un cuarto de día adicional, se agregó un día intercalado en febrero cada cuatro años.
La suposición subyacente de un año de 365,25 días no era del todo perfecta. Por ejemplo, la fecha de Pascua, fijada en el 21 de marzo2, se retrasaba a un ritmo de un día cada 130 años. Con el objetivo manifiesto de adelantar la fecha de Pascua, el papa Gregorio XIII emitió una bula (una proclamación formal pontificia) titulada Inter gravissimas que instituyó el que hoy conocemos como calendario gregoriano. La proclamación dejó en su lugar la secuencia de meses de 30 y 31 días y el febrero bisiesto cada cuatro años. Sin embargo, eliminó el 29 de febrero cuando el año era divisible por 100, a menos que también fuera divisible por 400, en cuyo caso sería un año bisiesto normal. Así, por ejemplo, el año 2000, aunque divisible por 100, también lo era por 400, lo que provocó la «excepción a la excepción», cuyo resultado fue la adición de un día bisiesto normal en febrero de 2000. En el año 2100, divisible por 100 pero no por 400, febrero tendrá solo 28 días y se saltará el día bisiesto que, según el ciclo estándar de cuatro años, se debería insertar.
Tenga en cuenta la ínfima magnitud del cambio en la supuesta duración media del año que surge de la sustitución del calendario juliano por el calendario gregoriano. La eliminación de tres días bisiestos cada 400 años en el calendario gregoriano con respecto al año juliano de 365,25 días acortó la duración media del año a 365,2425 días o, dicho de otra manera, ¡0,0075 días en un año o un día cada 133,33333 años! Esto no quiere decir que el calendario gregoriano coincida perfectamente con el año solar real; el año gregoriano medio es, de hecho, 0,0003 días más largo, lo que produce un error de... ¡un día cada 7700 años!
La transición del calendario juliano al gregoriano estuvo lejos de ser fluida o uniforme. La bula papal tuvo efecto legal solo en aquellas regiones sujetas a la jurisdicción del Vaticano cuando se emitió, en 1582: España, Portugal, Polonia y la mayor parte de Italia, pero no toda. La adopción más amplia en Occidente se produjo gradualmente durante los dos siglos y medio siguientes. Tanto la religión como la terquedad desempeñaron un papel determinante en la larga duración de esta transición. Tal vez la ilustración más clara de los focos de resistencia tuvo lugar en un solo país: Suiza. Tuvieron que pasar más de 200 años hasta que el país terminó la transición a un calendario único, un proceso que comenzó en Basilea en 1583 y se completó en el cantón de los Grisones (Graubünden) de religión mixta3. En Inglaterra, que efectuó el cambio en 1752, se volvió común que los ciudadanos especificaran la fecha en los documentos indicando «O.S.» (viejo estilo), que significaba que la fecha era juliana, y «N.S.» (nuevo estilo), que significaba que la fecha era gregoriana.
Parte de la lucha para que se aceptara la conversión al nuevo calendario surgió de la necesidad de tener en cuenta el progresivo desfase de fechas que se había acumulado durante los 17 siglos que el calendario juliano había estado en vigor. Cuando la bula papal se promulgó, el jueves 4 de octubre de 1582, el desfase centenario se corrigió declarando un salto de fecha para el «día siguiente», así, el viernes 5 de octubre se convirtió mediante proclama en el 15 de octubre de 1582. A algunos este salto de transición les resultó divertido. Cuando el este de los Estados Unidos se adaptó (en paralelo con Inglaterra) el 2 de septiembre de 1752, se produjo una dislocación similar: así, el 2 de septiembre fue seguido por el 14 de septiembre de 1752, lo que llevó a Benjamin Franklin a declarar: «Es agradable para un anciano irse a la cama el 2 de septiembre y no tener que levantarse hasta el 14 de septiembre».
Dejando de lado estas contorsiones, los 200 años de historia de los relojes mecánicos de calendario perpetuo se han centrado correctamente en el ciclo de cuatro años similar al del calendario juliano. Ese ciclo requiere una intervención manual, pero solo tres veces cada 400 años e, incluso en ese caso, con un intervalo de al menos 100 años entre ajustes, cumpliendo así plenamente el propósito de un reloj de calendario perpetuo. De hecho, la naturaleza misma de un movimiento mecánico, que exige un mantenimiento periódico, requiere atención con mayor frecuencia que esas excepciones centenarias del ciclo gregoriano. Así, día tras día, año tras año, un reloj que refleja al máximo las variaciones en la duración de los meses de 30 y 31 días y la secuencia regular de febrero es, a nivel práctico, un perfecto calendario para acompañar a su propietario. En el artículo «El cerebro de un calendario perpetuo» explicamos cómo funciona.
1 Dicho de otra forma: 365 días, 5 horas, 48 minutos y 45,25 segundos.
2 La fecha de Pascua se ha establecido como el primer domingo de luna llena eclesiástica a partir del 21 de marzo, incluyendo esta fecha.
3 La historia del calendario de los Grisones es extraordinariamente tumultuosa. Para empezar, la población estaba dividida entre católicos y protestantes. Esta división, junto con la ausencia de un gobierno central, condujo a la falta de un calendario uniforme. Las parroquias católicas adopta ron el calendario gregoriano entre 1623 y 1624. La transición en las comunidades protestantes abarcó el periodo de 1783 a 1812. De hecho, las últimas que resistieron en 1812 solo capitularon tras una orden del Gran Consejo que conllevaba una pena de multa. Ello les valió el honor de ser los últimos municipios de Europa occidental y central en adoptar el nuevo calendario.